miércoles, 23 de diciembre de 2015

Motivación vs. frustración deportiva

La motivación, evidentemente, es simplemente aquello que nos impulsa a realizar una acción. Este concepto trasladado a jóvenes deportistas es decisivo para que éstos realicen una actividad deportiva que normalmente les va a exigir esfuerzo, sacrificio y sobre todo, constancia. Si además lo "edulcoramos" con concentración e intensidad, la motivación será siempre necesaria. Pero no siempre está presente apareciendo momentos de apatía, desgana e incluso indolencia.

A la hora de comenzar estos proyectos de deportistas en una disciplina determinada, existe una gran motivación a no ser que, esos pobres niños, estén obligados en cierta manera por sus papás o mamás a ser futbolistas, atletas o waterpolistas sin que el niño sepa de qué va la historia.
Esta motivación de partida es una gran oportunidad para el entrenador para poder llevar a cabo su tarea, es algo así como cuando se cambia de entrenador y todo el mundo está expectante o como cuando se comienza una temporada nueva.

Pero creo que lo primero que hay que preguntarse es ¿por qué los niños  y niñas practican deporte?. Normalmente la respuesta de todos es porque les gusta y les divierte y además porque están con amigos. Y aquí debería estar la máxima prioridad de los educadores deportivos por encima de cualquier otra aunque debería incluirse la de mejorar sus habilidades deportivas y ayudar en su crecimiento y salud.

El problema comienza cuando el técnico deportivo debe mantener esa motivación cuando los propios deportistas ven que la comparación que existe entre su modelo deportivo (Messi, Kobe Bryant, Usain Bolt, Djokovic...) y las acciones que ellos realizan es muy grande y que su aprendizaje es muy lento. Ahí es cuando lo fácil es que aparezca la frustración que suele estar acompañada no de malos entrenamientos sino de malos resultados competitivos y partidos donde la derrota es amplia. Esa frustración que normalmente les llega también a los padres y madres y propicia un problema, si cabe, mayor. Si el entrenador es profesional y sabe que su rol es exclusivamente de educador deportivo y no de contable de goles, canastas y puntos de la clasificación, entonces el problema no existirá. Solamente deberá tener las herramientas y recursos necesarios para transmitir a sus deportistas el objetivo para el qué están en realidad cada día entrenando. 

El querer parecerse a los mejores deportistas puede ser un buen acercamiento inicial al aprendizaje como objetivo, pero realmente el aprendizaje modelado debe estar basado en objetivos mucho más cercanos para que desaparezca la hipotética frustración.

La otra gran pata de la mesa acerca de la motivación reside en la autoestima que no es otra cosa que la percepción y sentimientos dirigidos hacia nosotros mismos que influyen en nuestro carácter y en nuestro comportamiento.
Un entrenador puede influir en la autoestima de sus pupilos escuchando sus necesidades, utilizando contenidos del entrenamiento acordes al nivel de sus chicos para que ellos perciban la mejora aunque sea mínima; resaltando sus cualidades y en lo que han mejorado. Si el entrenamiento o los partidos se basan en recalcar solamente los errores, la autoestima del niño estará en niveles muy bajos. Si se le da importancia a los resultados de las competiciones o las "malvadas clasificaciones" en deporte de iniciación entonces es cuando aparece la frustración irreversible.

Los cuatro puntos decisivos para "regar" continuamente la motivación del joven deportista deberían ser:

- Siempre debe haber objetivos colectivos claramente definidos mejor a corto plazo que a largo.
- Establecer objetivos individuales basados en lo cualitativo y no en lo cuantitativo.
- Que ambos objetivos (individuales y colectivos) dependan unos de otros.
- Que conseguir objetivos individuales comporte conseguir el objetivo grupal.


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