El partido del pasado sábado fue un juego de despiste, de congelación y de descanso activo. El dispositivo de derroche físico previsto por el Madrid así lo requería. En esta final de Copa el Madrid se jugaba mucho más que el mero trofeo. Volver a ganarlo y por supuesto, acabar con la hegemonía del Barcelona. Ya lo comenté en la pasada entrada, Mourinho quería cambiar la tendencia en el partido de liga de los últimos tres años y a partir de ahí comenzar la reconquista.
El repliegue y la movilidad de los blancos dejaron en envidencia la creación de los de Guardiola. Un incansable e inconmensurable Pepe daba alas a los merengues y sorprendía una y otra vez a los azulgranas. Villa desaparecido, torpe y cabreado, Messi desesperado y Xavi deambulando por el campo. El Madrid bien podría haberse ido con un par de goles de renta al descanso, sobre todo con la opción del palo de Pepe y las desafortunadas acciones de definición final de Cristiano que hizo, en mi opinión, un partido pobre hasta que todos estaban fundidos y su portentoso físico le otorgó ser el emperador de la prorroga. Sin fundirse en la presión llegó fresco al minuto 95 para comenzar su recital físico. Otro astronauta del físico: Di Maria, ese si que se vacío durante 120 minutos. Pero el descanso fue reduciendo al Madrid y a quedar sometido a la posesión balonmanística del Barça pero ahí apareció en tres ocasiones el mejor portero de los últimos veinte años: Iker Casillas y con tres desvíos sutiles mostró que el equipo lo completan diez de campo y uno de arco. El Barça vio que de repente el Madrid dejaba espacios y parecía muerto, noqueado, ni dos pases seguidos. Quedaba la estocada del gol, pero no. Llegó el minuto 89 y Di María dijo aquí estamos, resucitamos y Pinto mostró su guante.
Llegó el "tercer tiempo", la prorroga, el Madrid resucitó y lo demás ya lo conocemos.
Ahora llega el campeonato de los campeonatos lo que ambos quieren ganar aun vendiendo su alma al diablo: La Champions.
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