
Las comparaciones son odiosas, sobre todo desde el punto de vista técnico, pues el cíclico pedaleo de Cancellara sentado en su sillín no tiene que ver con acciones más acíclicas y de esfuerzos biomecánicos más complejos como se pueden encontrar en deportes colectivos. Pero el tema no es ese, sino el del autocontrol y conocimiento mental y corporal, el de saber sufrir, el "antiteatro" e ir en contra de la "sobreactuación" deportiva.
Esos deportistas que al leve contacto de un rival se dejan caer y empiezan a rodar sobre si mismos y se llevan las manos a la cara pidiendo ayuda celestial e incluso médica y fisioterapéutica, mientras entre los dedos de sus manos intentan ver la reacción arbitral para sacar beneficio y para que un rival, compañero de trabajo, sea sancionado impunemente, esos deportistas (profesionales) viendo ayer la acción de Cancellara se les debe caer la cara de vergüenza, del mismo modo que aquellos que no son capaces de completar su tiempo de juego en el campo por un golpecillo en el gemelo.
No son comparables, insisto, unos deportes y otros, por sus esfuerzos, por sus significados sociales, por las repercusiones mediáticas, por el respeto entre deportistas, pero si comparamos profesionalidad la distancia es galáctica y el ciclismo es mucho más pariente del rugby que de un fútbol que, en este aspecto, tiene mucho que aprender.
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