Nunca hubo tantos encuentros de fútbol, ni tantos niños y niñas en juego, sin embargo, existen serias dudas de que haya mejorado la calidad del servicio. En muchos casos es un bostezo interminable ver partidos y más partidos donde, en lugar de jugar, ambos equipos se afanan por acabar con toda posibilidad de juego del rival.
Por lo demás, a la hora de explicar cualquier situación, en vez de estrujarse el coco en busca de argumentos más sólidos, la gente se cierra en banda: "fútbol es fútbol" , y se quedan tan anchos.
Por lo demás, a la hora de explicar cualquier situación, en vez de estrujarse el coco en busca de argumentos más sólidos, la gente se cierra en banda: "fútbol es fútbol" , y se quedan tan anchos.
Y si algún día quieres llegar con alguna propuesta, una modesta innovación aparece el gran iluminado que te dice: ¡pero si está todo inventado!.
No hay noticia de otro gremio o deporte tan poco dado a hacerse un chequeo a fondo para conocer su estado de ánimo, y prepararse para lo que venga. Una chapuza, para entendernos. Esta resistencia a la innovación, combinada con la práctica ausencia de planificación nos ha dejado a merced de los hábitos más rancios.
No hay noticia de otro gremio o deporte tan poco dado a hacerse un chequeo a fondo para conocer su estado de ánimo, y prepararse para lo que venga. Una chapuza, para entendernos. Esta resistencia a la innovación, combinada con la práctica ausencia de planificación nos ha dejado a merced de los hábitos más rancios.
El deporte más popular del mundo se pone en venta y obtiene una promesa de rendimiento ilimitado a costa de renunciar al fútbol, librándose del juego educativo.
Pues bien, arrinconadas en la cara oculta de este planeta del fútbol están las categorías inferiores, donde bulle la imaginación y el juego más prometedor de muchísimos niños y de un número creciente de niñas que disfrutan del buen juego. Con tiempo para madurar y, todo hay que decirlo, una falta de liquidez enorme que debería mantenerles a salvo de las ambiciones de los adultos.
La impaciencia del fútbol profesional ha alcanzado la orilla misma de la infancia. La quinta del biberón –integrada por criaturas en edad escolar– trata por todos los medios de imitar a sus mayores practicando un fútbol de adultos en miniatura, lo que no deja de ser una metedura de pata. ¿Cuándo van a jugar y pasarlo bien? Si no se divierten, ¿cuánto tiempo aguantarán una faena tan exigente?
En las ciudades hoy es imposible el juego libre en la calle. Con menos espacios públicos, muchas más opciones a su alcance, y estilos de vida más sedentarios, entrenan bajo la disciplina de equipos escolares o de barrio, donde un ejército de voluntarios enseñan lo que pueden. La fiebre del fútbol extiende una nueva modalidad de escuelas privadas, a donde acuden los críos desde bien pequeños, como quien va a una academia de inglés a labrarse un porvenir.
Funcionan a toda máquina con el fin de prepararles para un futuro más competitivo: ¡no hay tiempo que perder! Tanta obsesión por la inmediata puesta a punto acaba de un plumazo con el juego y la diversión. Y los resultados hay que ponerlos en cuarentena: ¿les estamos preparando para que sean adultos de provecho, o estamos arruinando su infancia?
Pues bien, arrinconadas en la cara oculta de este planeta del fútbol están las categorías inferiores, donde bulle la imaginación y el juego más prometedor de muchísimos niños y de un número creciente de niñas que disfrutan del buen juego. Con tiempo para madurar y, todo hay que decirlo, una falta de liquidez enorme que debería mantenerles a salvo de las ambiciones de los adultos.
La impaciencia del fútbol profesional ha alcanzado la orilla misma de la infancia. La quinta del biberón –integrada por criaturas en edad escolar– trata por todos los medios de imitar a sus mayores practicando un fútbol de adultos en miniatura, lo que no deja de ser una metedura de pata. ¿Cuándo van a jugar y pasarlo bien? Si no se divierten, ¿cuánto tiempo aguantarán una faena tan exigente?
En las ciudades hoy es imposible el juego libre en la calle. Con menos espacios públicos, muchas más opciones a su alcance, y estilos de vida más sedentarios, entrenan bajo la disciplina de equipos escolares o de barrio, donde un ejército de voluntarios enseñan lo que pueden. La fiebre del fútbol extiende una nueva modalidad de escuelas privadas, a donde acuden los críos desde bien pequeños, como quien va a una academia de inglés a labrarse un porvenir.
Funcionan a toda máquina con el fin de prepararles para un futuro más competitivo: ¡no hay tiempo que perder! Tanta obsesión por la inmediata puesta a punto acaba de un plumazo con el juego y la diversión. Y los resultados hay que ponerlos en cuarentena: ¿les estamos preparando para que sean adultos de provecho, o estamos arruinando su infancia?
Hay demasiada prisa por llegar a ser campeones como sus ídolos, de manera que les conducen al galope, con ritmos, competiciones y entrenamientos igual que los mayores.Tanta presión ambiental, la carencia de medios, y las limitaciones de buena parte del personal voluntario convierten este juego
en una actividad de alto riesgo, minando su afición. Hay que dejarles más a su aire para que se lo pasen en grande: tienen que jugar y crecer a un tiempo. Se necesita un plan de entrenamiento integral, el reciclaje/formación de los monitores-entrenadores-educadores, apoyo de los padres, buen ánimo...y lo más difícil de todo, un recurso cada vez más escaso: paciencia. Hay que darles tiempo, respetando su reloj biológico. Sin olvidar que el deporte está a su servicio, y no al revés: primero son ellos, y después el deporte.
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