Partidos como los que enfrentan al FC Barcelona y al Real Madrid cada temporada no acaban con el pitido final del árbitro (a decir verdad, tampoco se inician con el sorteo de campos entre los capitanes). No terminan con las declaraciones de los entrenadores en la rueda de prensa posterior al choque, ni en la colección de reportajes en prensa, radio y televisión sobre los goles, las jugadas más interesantes, las más conflictivas, las tánganas entre jugadores y el cuerpo técnico en el césped, los recados que se dejan... etc.
Los partidos de máxima rivalidad, el fútbol profesional, el serio, acaban en la mente de miles de chavales que practican ese mismo deporte, en una edad en la que definen su comportamiento a base de observar el de sus ídolos, de copiar sus peinados, la marca y el color de sus botas, la forma de celebrar los goles y su actitud con el árbitro, con el rival e incluso con el público.
«A esas edades tenemos que evitar que entiendan que algunos comportamientos forman parte del juego. Que crean que es parte del juego insultar, poner en duda el honor de alguien, intentar engañar o agredir. Porque en esas edades lo que les entra se les queda». Quien dice esto sabe de lo que habla. Ángel Andrés Jiménez Bonillo debutó como árbitro el 29 de enero de 1994. Desde entonces, ha estado presente como árbitro principal en todas las categorías hasta Regional Preferente y ha fundado la Asociación Deporte sin insultos (en Internet, deportesininsultos.com), desde la que promueve el deporte como instrumento educativo y de cohesión social y el juego limpio.
La otra mano de Dios
9 de junio de 2007. Corre el minuto 43 del derbi catalán en el Nou Camp. El Barça pierde 0-1 con el Espanyol cuando el astro argentino Leo Messi remata con la mano un centro al área. El gol sube al marcador, para alegría de la afición y desesperación de los españolistas, que se comen al árbitro y al auxiliar. La jugada es reproducida miles de veces en las televisiones de todo el mundo y es uno de los vídeos más vistos de esa temporada en Youtube. Los medios de comunicación no tardan en comparar ese gol con el que metió su compatriota Diego Armando Maradona contra Inglaterra, el 22 de junio de 1986, en el Mundial de Fútbol de México, un lance ilegal del juego bautizado como la mano de Dios. En ningún momento se levantan voces contra la actuación del jugador de la cantera blaugrana, al que se le retrata, tras la jugada, como un astuto futbolista que, en su carrera por ser el mejor del mundo, emula a un compatriota suyo que alcanzó ese título hace 25 años.
«Si tenemos que condenar lo que es condenable, no podemos hacer elogio del comportamiento de Messi en esa jugada. No es si no un robo, algo obtenido con medios ilícitos y los medios de comunicación, la sociedad entera, debe apresurarse a condenarlo», afirma Ángel Andrés Jiménez Bonillo.
Pero, ¿de quién es la culpa? Todos llevamos nuestra parte. «Es culpa de todos en esa cultura deportiva que hemos creado. El fútbol será lo que queramos que sea», señala el presidente de Deporte sin insultos, quien no deja de reconocer su sana envidia por otros deportes, como el tenis o el rugby, en los que comportamientos antideportivos y violentos son impensables.
Y cuando se establece una culpa colectiva, se está pensando, en el caso del deporte escolar, en padres, entrenadores, directivos de clubs, dirigentes federativos, seguramente árbitros...
Francisco Santamaría Uzqueda, delegado de la primera plantilla del Real Valladolid, arbitró tres temporadas en Primera División. Para él está claro que los clubs tienen una importante misión a la hora de concienciar a los jugadores sobre la obligación de respetar las reglas del juego limpio. «No tanto a los futbolistas del primer equipo -son profesionales, ya saben a qué se arriesgan- como a los de las categorías inferiores. Por eso, desde el Promesas hacia abajo, el club organiza reuniones, proyección de vídeos con jugadas violentas, protestas. Se trata de que comprendan que el respeto hacia el árbitro es obligatorio».
Paco Santamaría considera que en los comportamientos menos deportivos de sus estrellas, los jugadores más pequeños pueden encontrar una inspiración, aunque no una verdadera escuela de malicia. «Ejemplos como los vividos en los Real Madrid-Barça de la temporada pasada no son edificantes», dice. Tampoco se olvida del papel de los padres. «Los hay ejemplares, pero otros... son los primeros que se convierten en mal ejemplo para sus propios hijos con sus insultos desde la grada». Sin embargo, el exárbitro vallisoletano asegura que se ha mejorado bastante respecto a épocas anteriores. «En categorías inferiores, en Preferente, el público ya no es tan agresivo, porque conoce mejor el reglamento y sabe cuándo una jugada es ilegal». Santamaría no cree que los medios de comunicación tengan mucha culpa en el fenómeno de la violencia en el deporte, «aunque lo que más daño hace es el análisis detallado a posteriori de los errores arbitrales con ese despliegue técnico de imágenes a cámara lenta. Eso no ocurre tanto fuera como aquí, en España, y deberíamos dejar que el árbitro pasara más desapercibido».
El dedo de Mou
18 de agosto de 2011. Partido de vuelta de la Supercopa de España en el Nou Camp, entre el FC Barcelona y el Real Madrid. El equipo blanco, tras alguna fea entrada, acabó con nueve jugadores en el campo, tras las expulsiones de Marcelo y Ozil, y los locales, con diez, tras la roja a Villa. Final del partido con trifulca en la que participaron prácticamente todos los jugadores de campo, los reservas y el resto de los banquillos. En medio de la tángana, el técnico del Real Madrid, Jose Mourinho, se acerca por detrás al segundo de Guardiola, Tito Vilanova, para meterle el dedo en el ojo. Este, cuando se recupera de la sorpresa, le da un golpe en la cabeza al portugués, que se aleja de la escena. Días después, en los prolegómenos -término muy de crónica futbolística- del Trofeo Santiago Bernabéu, la peña madridista La Clásica exhibe en la grada del Bernabéu una pancarta con el lema «Tu dedo nos señala el camino», rótulo-ocurrencia que celebra gran parte de la hinchada merengue y que el Real Madrid retira del estadio antes del partido de ida de Liga del pasado 10 de diciembre a petición de la directiva azulgrana.
«La sociedad española admira y premia la picaresca, algo que resultaría impensable en países como Inglaterra. Aquí decimos que el fútbol es un juego de pillos y no está mal visto engañar al árbitro», reconoce Manu Carreño, periodista vallisoletano, director del 'Carrusel deportivo' de la Cadena Ser, el programa con más audiencia de la radio española, y conductor junto a Manolo Lama de 'Deportes Cuatro' de mediodía, en televisión.
Eso sí, Carreño, que reconoce y lamenta la existencia de esas prácticas antideportivas por las que se simulan penaltis o se piden tarjetas para los rivales, advierte de que no se puede hablar de que esos engaños generen comportamientos violentos. «En general, hemos ganado en concienciación contra la violencia tanto física como verbal. Algo ha cambiado desde el momento en que es el público cercano en la grada el que señala y aísla a los aficionados con comportamientos ultras y la normativa les impone sanciones que les dejan fuera de los estadios. Aún hay que acabar con cosas como los punteros láser, pero hay muchas restricciones a la hora de permitir que se introduzcan objetos peligrosos a los campos». El director del 'Carrusel' defiende que si el fútbol es más víctima de comportamientos violentos que otros deportes es por su propia masificación. «No se puede comparar el público que reúne un partido de fútbol con el que atrae el tenis».
«Pero siempre se puede hacer algo más», insiste Jiménez Bonillo, quien señala a las federaciones y a los comités de árbitros como grandes responsables de erradicar la violencia en el fútbol. «¿Cuándo van a hacer algo para poner fin a esto?», se pregunta. «Los árbitros tenemos capacidad para parar un partido en 'casos muy graves', pero no se ha tipificado cuáles son en concreto esos casos, por lo que nos sentimos desamparados», asegura el colegiado, que desde su asociación ha propuesto en los últimos años a los responsables federativos acciones concretas para luchar contra los comportamientos antideportivos pero aún no han obtenido respuesta. «Ni siquiera buenas palabras o una negativa tajante. Es que no han contestado n-a-d-a».
Entre las medidas que ha planteado Deporte sin insultos en su campaña de concienciación, esa que hasta ahora han desoído los responsables federativos, destaca la propuesta de que los árbitros acudan a las sedes de los clubs para dar charlas a los niños sobre el juego limpio. También aboga por el endurecimiento de las sanciones, sin descartar la resta de puntos en los casos más graves. La asociación propone además exonerar de cuota de inscripción a los equipo más deportivos de las distintas competiciones.
El cortocircuito
26 de noviembre de 2011. El derbi de Madrid enfrenta a los dos clubs más laureados de la capital en el Bernabéu. Partido de máximo riesgo en cuanto a las aficiones, que suele deparar momentos de tensión en el campo... y en las ondas. Minuto 14, el Atleti se adelanta 0-1 con gol de Adrián. Minutos de desconcierto en el equipo blanco que los rojiblancos tratan de aprovechar para «cortocircuitar» el partido, según la última moda del lenguaje balompédico. Una falta para evitar el potente contraataque merengue provoca una media trifulca de jugadores, de esas tan habituales en países como Italia o Argentina, donde se juega mucho con el resultado a base de interrupciones. «Bien, Atleti, así», se entusiasma con la maniobra antideportiva un comentarista de claros colores atléticos (no un periodista, pero sí en un medio de comunicación) en una radio durante la retransmisión.
Actitudes tan poco edificantes en el deporte que cada semana siguen miles de personas en los estadios y millones en televisión, tiene consecuencias en el de base. «Si los niños llegasen solos al campo y los padres se fuesen sería mejor para todos». Rotundo y un poco decepcionado se muestra Miguel Ángel Calderón, director deportivo del CD Arces, «el club más veterano y emblemático del fútbol modesto de la ciudad de Valladolid; fundado en 1943 gracias a la ilusión de un grupo de jóvenes, que después salir de clase o del trabajo se reunían en la plaza de San Miguel y la de los Arces para convertirse en protagonistas de emotivos partidos...», según se lee en la web de la entidad, cdarces.org.
«(Los chavales) miran a la banda continuamente, están muy mediatizados. La mitad de los problemas no existirían si no fuera por los progenitores», explica Calderón, que recuerda que han tenido que expulsar a algún «padre cafre» en la categoría de prebenjamines (niños de 6 a 7 años). «Lo malo es que echas al padre y el verdadero perjudicado es el hijo». El responsable del CD Arces advierte de que lejos de enderezarse, el problema va a peor, «porque cada vez la juventud está peor educada». Ganar no es la meta, recuerda Calderón, «participar, aprender, disfrutar, hacer amigos, ser caballeros», esos son los objetivos. En este sentido, el directivo del club de base reconoce que el fútbol se lleva la peor parte de estos fenómenos antideportivos. «Hemos llegado a prescindir de un entrenador de categorías menores porque buscaba solo el resultado. Dejaba a medio equipo sistemáticamente en el banquillo sin jugar para garantizarse la victoria». Pero Calderón advierte de que si todos los clubs no se lo plantean así no acabarán los problemas. También denuncia las actitudes despóticas y chulescas de algunos árbitros y pide responsabilidad a los medios de comunicación, pero sitúa la clave del problema en los padres de los jugadores. «Si el padre no entiende a qué viene su hijo a jugar, cuáles son los verdaderos objetivos, no me sirve».
De máxima rivalidad
17 de diciembre de 2011. Partido entre los equipos asturianos de fútbol sala benjamín Llanera y Quirinal. El Llanera pierde su primer encuentro como local desde que empezó la competición y quienes lo llevan peor son las madres de los jugadores, que forman un pasillo en la salida del campo de los niños del Quirinal (de entre ocho y nueve años), y les dedican insultos donde lo más suave que se escucha es «guarros». El entrenador se lleva además un bastonazo.
(artículo de José María Cillero)