Es propio de nuestra cultura hacer un mínimo o inexistente desayuno, una comida normalita y una cena copiosa donde se tiende a saciar el "hambre cerebral" antes que el hambre de nuestro estómago. Me explico; tras una jornada agotadora y de mucha actividad se llega a la cena con demasiadas ganas de saciarse con alimentos cuyo contenido básico es a la grasa y sobre todo, los hidratos de carbono. Una cena copiosa es una apuesta segura para tener un sueño complicado, una digestión pesada y por consiguiente, una tendencia a acumular peso. No hay que olvidar que nuestro organismo quema muy pocas calorías mientras duerme por lo que deberíamos optar por una cena muy ligera. Un yogur, una pieza de fruta o una ensalada son ideales para poder recuperar las energías suficientes para nuestras necesidades. Probablemente esa sensación de hambre desaparece. Ese hambre cerebral nos hace comer mucho y rápido para saciarnos pero el estómago al poco tiempo ya no necesita más. Sólo es cuestión de engañar a nuestra mente por unos momentos. Es recomendable, cenemos lo que cenemos, cenar lo antes posible. El intervalo ideal entre ingestión y el sueño debería ser, como mínimo, de un par de horas. Un último consejo: hacernos un regalo semanal en forma de jornada de desintoxicación. Lo conseguiremos consumiendo sólo frutas, verduras, hortalizas y zumos naturales. Eso sí en la cantidad que nos apetezca y bebiendo mucho agua. Liberaremos muchas tóxinas y grasa. Pero claro, no vale de nada si al día siguiente me atiborro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario